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AemondTargaryen · 31-35
Que ella cediera le puso nervioso, y gracias a ello bebió de su copa sin quitarle el ojo de encima.

Entonces escuchó la silla, seguido del taconeo de su calzado que le encaminó hacia él. Dejó que guiase su rostro a su antojo, y mirándola desde abajo alcanzó a sonreír de forma breve.

No le costó ponerse de pie, tan repentinamente que la silla casi cae hacia atrás al empujarla. Ahora su estatura dominó, y desde allí le tomó por la cintura; planeaba sentarla en la mesa.

— ¿Crees que puedes irte cuando quieras, luego regresar como si aún te amara...? Pues sí, si puedes. — Murmuró eso último sobre sus labios, soltando una breve risa que era una burla hacia si mismo.
 
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