Cada paso que daba lo adentraba en la penumbra del bosque Tenebroso, y aunque tenía tan intimidante nombre, lo único que tenía de tenebroso era la poca visibilidad que impedía a los rayos del sol tocar la tierra por culpa de los frondosos árboles. Era entendible que los lugareños llamaran así al lugar, pues una visión y oído limitado provocaría ver y escuchar cosas que no estaban ahí. Era algo totalmente común en mentes sumergidas en el miedo y limitadas a supersticiones.

Sin verse intimidado, Nevan continuó con un camino a ciegas. Estaba en el bosque, pero no indicaba un lugar de reunión específico. Tendría que valerse de su suerte para encontrar al remitente de tan curioso mensaje. Por ello, sus pasos eran dados con fuerza y no le importaba quebrar las ramas caídas que yacían caídas sobre el húmedo suelo. Todo para que se escuchara su andar y dieran con él, evitándole la fatiga de continuar sin un rumbo fijo.