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Pero se imaginaba que por ello los goblins se habían visto atraídos a ese lugar; cazaban en grupo a presas fáciles y solitarias, los aventureros usualmente andaban de tres en tres o incluso iban solos. Ella, al contrario de Abraxas, no se sintió extrañada al notar aquel abandonado campamento. Era cierto que los goblins y los orcos preferían las horas nocturnas para salir, pero cualquier novato podía ignorar este hecho o se habría podido dejar engañar por alguna treta de ellos. Era un rumor, pero se decía que los goblins fingían llantos infantiles como carnada. ¿Quién no querría salvar a un bebé? Sólo alguien sin conciencia.

—Seguro están muertos —anunció y se metió en la tienda más cercana para saquearla. Lo dejado por los fallecidos siempre era un tesoro para los vivos—. ¡Entra! Aquí hay algunas armas y posiciones. Qué suerte, mercancía gratis.
 
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