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Maeve miró de reojo el papel que Abraxas le mostraba. Odiaba a los goblins tal vez un poco más que a los humanos, pues estos eran sucios, tenían risas molestas y se metían en lugares que apestaban a queso rancio... ¡Genial! Justo lo que necesitaba para levantar su ánimo. Los quemaría hasta oirlos chillar de dolor o los aplastaría con el peso de ráfagas agresivas de viento; aún no había estrenado la magia que obtuvo del último grimorio.

—Ya qué —dijo, alzando los hombros y ocultando una leve sonrisa por la comisura de sus labios—. Supongo que podemos hacerle el favor a este aburrido pueblo de lidiar con males menores. Pero la próxima vez traeme algo más desafiante o te dejaré ir solo y esperaré en la posada.
 
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