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Soren · 100+, M
Suspiraba pausadamente. Cada segundo pasado entre las canciones, eran segundos que desgastaba mirando hacia el cielo. Veía a las sombras de las nubes perseguirse, como las palmeras se golpeaban con el viento, y finalmente, como el sol golpeaba sus lentes de aviador. Era el tipo de situación que le hacía parecer un jubilado, más acabado que la propia fachada antigua de la enorme casa. Pero todo cambió, todo cambió desde que sintió una prescencia detrás suyo, y alzó una desert eagle que estaba pegada abajo de la mesa, con una cinta de aislar.
Profirió, dejando el índice presionado justo donde el gatillo descansaba. Por alguna razón el arma tenía seguro, y al hacer ese click, esperando el estruendo, un tonto sonido ahogado resonó en la cámara del arma. En su mente pensó varias cosas, primero, correr, segundo, pelear. Con zaña, y a toda razón, golpeteó sus piernas contra la base del piso, y tal cual persona sin razón de sí, saltó al agua.
— Ni lo intentes. —
Profirió, dejando el índice presionado justo donde el gatillo descansaba. Por alguna razón el arma tenía seguro, y al hacer ese click, esperando el estruendo, un tonto sonido ahogado resonó en la cámara del arma. En su mente pensó varias cosas, primero, correr, segundo, pelear. Con zaña, y a toda razón, golpeteó sus piernas contra la base del piso, y tal cual persona sin razón de sí, saltó al agua.
ATIZE · 36-40, F
Repasó todos esos detalles con la vista. Los contó, pero dejó de hacerlo cuando fueron demasiados para hacerlo.
— Vaya fiesta montaste aquí, Soren. —
Comentó cuando pudo tenerlo a la vista. La pelinegra sonrió de lado, ¿Cómo no alegrarse de todas formas? No estaba impresionada por el caos, ambos lo eran, siempre había sido así. Sabían en qué se metían en el momento en el que se habían casado.
Pero ahora había una calma distinta, la tormenta había pasado y sólo dejado sus silenciosos estragos. Ella caminó hacia él y llevó una mano a su hombro, el que acarició despacio.
— Estoy aquí. —
— Vaya fiesta montaste aquí, Soren. —
Comentó cuando pudo tenerlo a la vista. La pelinegra sonrió de lado, ¿Cómo no alegrarse de todas formas? No estaba impresionada por el caos, ambos lo eran, siempre había sido así. Sabían en qué se metían en el momento en el que se habían casado.
Pero ahora había una calma distinta, la tormenta había pasado y sólo dejado sus silenciosos estragos. Ella caminó hacia él y llevó una mano a su hombro, el que acarició despacio.
— Estoy aquí. —
Soren · 100+, M
Estaban llenos de tiros. De diferentes calibres, con agujeros más grandes, incluso un rastro de explosión, lleno de granos negros y dulce carbonizado. Era una obra de arte, después de todo, cada casquillo en el piso, lo recogió creando una montaña junto a la barra de armas desplegadas en un tronco de madera, asi mismo, limpió los residuos de pólvora, y tal cual campo de la segunda guerra mundial, su patio estaba destrozado. Era lo úno imperfecto en la casa... Sin añadir su vestimenta, precisamente desde que se marchó su mujer, optó por un estilo hawaiano, llevando camisas de manga corta con flores excéntricas, y chanclas de playa en tela. Eran camisas feas, pero en especial... La que llevaba en estos momentos, le ganaba a todas, estaba llena de palmeras azules, y le quedaba enorme.
Soren · 100+, M
¿La casa? ... La casa estaba como nueva. Los jarrones empolvados, que antes nadie limpiaba, estaban relucientes, el piso recién trapeado, y los hornos en la cocina, bien pulidos, secos, sin rastro de grasa. Era incluso más fantasiosa de lo que lo fue cuando llegaron por primera vez, todo parecía en orden... Excepto por un pequeño detalle del que pronto la mujer podría darse cuenta. Sus fotografías juntos no estaban, y si había una, estaba acostada contra la madera de los estantes, por no decir, que el cuadro de ambos, enorme enmedio de la sala, estaba rasgado en dos, justo en el rostro del viejo cascarrabias. Solo había una explicación para esto: Crisis.
Crisis que si bien reparó y venció entre amargo licor, también perdió, siendo incapaz de ver tan solo una foto de su mujer. Siempre que lo hacía, rompía en llanto, después en rabia, y destruía todo a su paso... Eso también lo vería pronto; En el patio, junto a la casa del jardinero, varios costales de azúcar...
Crisis que si bien reparó y venció entre amargo licor, también perdió, siendo incapaz de ver tan solo una foto de su mujer. Siempre que lo hacía, rompía en llanto, después en rabia, y destruía todo a su paso... Eso también lo vería pronto; En el patio, junto a la casa del jardinero, varios costales de azúcar...
ATIZE · 36-40, F
Nadie la recibió. Ella soltó un suspiro de resignación, la cosa se pondría difícil. Dejó su maleta a lado de la puerta y se enfundó las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros para darle a su caminar un aire casual, mientras buscaba a su esposo por la inmensa casa. Ella divagó con su mirada en los detalles, intentando adivinar qué había ocurrido a través del hogar en ese tiempo.
Soren · 100+, M
Recordaría el verano que pasó... No, el invierno incluso. Ese fue mejor que el calor abrumador... El antaño agente en soledad, con un pavo crudo, y la posible y desasistida rabia que le perseguía; Obviamente extrañó a su mujer, recordó cada centímetro de su piel, cada grito tonto, o cada cerveza tirada en el cesto, y el regaño mañanero por estar caliente. Oh, qué va, sí que la extrañaba. Oírle despertar en las mañanas, verle cocinar con sus camisas grandes. Falta le hizo, muchísima, tanta que desarrolló algunos hábitos extraños. Como cocinar a las cuatro de la mañana con una sonrisa de demente total... O beber hasta dormirse en una silla en su piscina, con Phil Collins de fondo en un walkboy más viejo que él. Tal cual como lo hizo cuando volvió.
Sus lentes yacían empañados, los oídos taponados en audífonos, sus labios secos a causa del puro pegado al inferior, y el cabello hecho coleta detrás de la cabeza, eran simbolo de cada uno de los vicios que con el tiempo hizo costumbre.
Sus lentes yacían empañados, los oídos taponados en audífonos, sus labios secos a causa del puro pegado al inferior, y el cabello hecho coleta detrás de la cabeza, eran simbolo de cada uno de los vicios que con el tiempo hizo costumbre.
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