La luna se coronaba desde lo alto, centellaba con un matiz azulino a través del techo vidriado y el silencio imperaba.

Ahí, erguido e imperturbable hallábase a tan solo un par de palmos de distancia de la Magus; sobrevolando bajo en el césped, una suntuosa y vasta túnica de seda azul, bordada en plata, flameó como el pendón del Dragón Rojo de Britania ante la brisa. Era la prenda inferior de un caballero de brillante armadura con todos sus bártulos, emergido casi de un cuento de hadas, engalanado de plata y de azul. Era alto como señores, de cetrinos ojos pulcros y dorados cabellos que le flotaban. Con la cabeza gacha, en sus facciones armoniosas como las de un príncipe, una sonrisa se le dibujó, bondadosa y manifestando la nobleza que irradia su corazón. Sosegado fue estrechando las distancias, descendiendo del leve vuelo hasta que sus escarpes crepitaron al pisar el verde prado.[...]