Una malla de circuitos mágicos y áureos, se trazó sobre el suelo una vez que Lancer fue repelido con brusquedad. A su compañía, la ráfaga de un viento súbito se levantó desde aquélla impoluta y palidecida luz que manó del pecho de la Magus, arrastrando con su fiero azote las hojas del prado arbolado, que pertenecían a aquél jardín, y crujían, crepitando en el vendaval que les sacudió. El fulgor se avivó, hasta que la cúspide de su radiante fuerza detonó.

Un tintineo repicó en una sola ocasión, dejando tras de sí un eco fugaz y prolongado; como al conjuro de aquél agudo sonido, el viento disipó como si nunca hubiese soplado y las redes mágicas que fluyeron en el suelo desvanecieron al cumplir su propósito. Caían verdes hojas de árboles, caían pétalos de diversos colores y caía todo aquello que fuese tan frágil como para mecerse en el aire, apacible y hermoso como si surgiesen de las tierras imperecederas de Avalon; resplandecientes como la nieve al sol. [...]