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26-30, F
About Me
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Nombre: Alannah Prakliaty
Edad: Más de cien años
Raza: Kumiho


H i s t o r i a


“¿Has oído cómo uno se convierte en un zorro rojo? Incluso está en los libros de historia humanos. Después de haber sufrido muchas traiciones por parte de un humano al que se quería y en el que se confiaba, el pelaje o los ojos, como la sangre, como el fuego, se tornan carmesí.”

Blanca como la nieve y frágil como el pétalo de una rosa, Alannah llegó al mundo espiritual en la forma de un pequeño y juguetón zorro, quedando al cuidado de un ser similar pero con una década de experiencia de ventaja al que llamó “hermana”. Su ser era tan puro que irradiaba una luz que incomodaba a los espectros sangrientos y llamaba a los fantasmas errantes, volviéndose estos últimos los compañeros de aventuras del zorro que no les temía en absoluto ni repudiaba la apariencia grotesca que algunos podían poseer, al contrario, se paseaba con ellos día y noche entre las montañas que habitaban y que por mucho tiempo estuvieron a salvo de las visitas de la humanidad.

Poco a poco fue aprendiendo a alimentarse de seres pequeños y a desarrollar un agudo oído que le permitía saber lo que fuera desde cualquier parte del mundo, habilidad propia de su raza; de ese modo no se perdió los acontecimientos alrededor del globo y pudo prepararse para la llegada de “ellos”, los que habían construido casas a los pies de su región. Pero, ¿cómo iba a esconderse?, su hermana decía que los humanos no tenían la capacidad de mantener la mente abierta así que debían evitar a toda costa ser vistas en su forma natural - la cual pasaría desapercibida si no fuera por las más de ocho colas que portaban - por lo que la mayor se vió obligada a enseñarle a Alannah, su pequeña y traviesa hermana, el arte de la transformación. Tal habilidad las salvaría por muchos años de los viajeros o pueblerinos que al toparse con ellas solamente verían a dos mujeres de cabellos blancos y ojos como de zorro ya que la transformación siempre dejaba detrás algún rasgo propio de su raza. Sin embargo, y pasara lo que pasara, la pequeña tenía prohibido bajar de la montaña y convivir con los seres que poco a poco extendían su dominio en el área.

Merced a la naturaleza inquieta del espíritu tal restricción no duraría demasiado pues, además, el mundo cambiaba poco a poco y por aquí y por allá le llegaban rumores de otros como ella que terminaban teniendo un esposo o una esposa. Con aquellos apelativos los espíritus, fantasmas, o cualquier ser del mundo espiritual, se referían a un ser humano al cual se ligaban para la eternidad siendo la relación de índole romántica o no; sin embargo, una vez que esa unión se hacía y la marca estaba puesta en esa persona esta se evitaría ataques de seres de poderío inferior al de sus esposos o esposas fantasmales y también podría ver más seres, siempre que, de nuevo, fueran de poder inferior o similar. Emocionada, Alannah se enamoró de la idea del amor y faltó a su palabra una noche que a hurtadillas serpenteó los caminos poblados de los suyos y llegó hasta una cabaña que aún mantenía las velas encendidas.

Con cuidado, habiendo tomado ya su forma más humana, la albina se asomó por una de las ventanas solamente para contemplar a una familia que comía y bebía a la mesa. La dinámica era muy distinta a la que ella y su hermana poseían y la jerarquía familiar también. Parecía que el hombre más grande era el que mandaba a los chicos y la mujer que era su compañera también hacía aquello; todo ese nuevo mundo que no pudo ver con anterioridad le pareció maravilloso y no se limitó a mantenerse en aquella ventana sino que pasó de una a otra casa, aprendiendo el modo de vida humano cuando, de pronto, alguien tocó su hombro. Inmersa como estaba no pudo detectar al joven que se acercaba a ella y aquello era un error terrible porque, bueno, su hermana decía que ellos no la aceptarían jamás. Ambos se miraron fijamente por lo que parecieron horas hasta que él sonrió y sus labios fueron iluminados por el rocío lunar haciendo que algo dentro de la chica zorro le causara un vacío extraño.

Él hablaba demasiado, ella no hablaba nada. Él le contaba sobre su vida y trataba de averiguar algún detalle de ella pero no obtenía más que una sonrisa furtiva o miradas de expectación como respuesta. Él le pidió que se volvieran a ver la siguiente noche, ella lo dejó ir sin respuesta aunque más tarde, cuando él desapareció entre la oscuridad, sus labios articularon un “sí”. Las noches siguientes fueron iguales, Alannah iba y venía a escondidas, escuchaba las historias o quejas del humano - que le había dicho ya que se llamaba Sam - y lo veía irse casi al alba para después regresar y pretender que nada había pasado. Él era tan alegre que irremediablemente atraía a su espíritu juguetón, y aunque no la presionaba para saber sobre su vida era cierto que la fémina podía percibir la curiosidad en su mirada. Fue así como, tras mucho meditarlo, en el encuentro siguiente empezó a hablar. El asombro en las facciones de Sam fue algo que le causó gracia a ella, riendo inevitablemente al escucharlo decir que él pensaba que ella era un fantasma. No respondió todas las dudas que él disparaba ni le contó de su naturaleza pero sí le dijo lo que sentía al verlo cada noche y como cada vez era más difícil para ella dejarlo ir. Su primer beso fue a los minutos siguientes, un encuentro tan dulce e íntimo que se prometió a sí misma nunca olvidarlo, gran error.

“¡Hermana! Por favor no me reprendas pero… ¿sabes con quién he estado hablando? ¡Con un hombre humano!, dime por favor, ¿son todos los humanos así de amables? Incluso los zorros blancos de menor rango se casan con un humano y consiguen un hogar, ¿cierto? A este paso, ¿no me casaré yo también con un marido humano? Quisiera pasar el resto de mis días con él.”

Aquella fue la primera vez que Alannah y su hermana mayor pelearon pero es que por más que una insistiera en su punto parecía que la otra menos quería ceder. Enfadada, Anna - como la llamaba de cariño la más longeva - se despidió para siempre y partió a encontrarse nuevamente con Sam con la esperanza de que la aceptara y vivieran juntos por siempre pero, cuando le contó su verdadera naturaleza, la sonrisa que él le brindaba siempre desapareció y se transformó en una mueca de repudio. Él tenía lo que equivocadamente se llama “el don”, un poder para ver seres que a simple vista pasan desapercibidos así que había tenido que vivir todos los días de su vida aterrado por los amigos de Alannah que solían acechar el Pueblo día y noche por lo que, para él, el hecho de que ella fuera uno de “ellos” acabó por acabar con la sanidad que tanto se había esforzado en mantener.

En construcción.[/code]