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— Loading. — Jules C. — 6:00 a.m.
 
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[code]Eso le sirvió para disimular un poco la desazón de su faz al pensar en la respuesta a la pregunta que recibió, así como para evitar que ésta afectara su habla, que se había vuelto más segura que de costumbre desde que comenzó a ayudarle a su esposa a aclimatarse a la nueva vida que les esperaba, en un intento de hacerla seguir lo más confiada y protegida posible. Así, fue capaz de responderle sin perder el temple, aunque tan solo pensar en el destino le traía una infinidad de recuerdos y amarguras.

Vamos a Londres, de vuelta a casa.

Esperó, sin saber cómo reaccionaría Ariadnae o si la revelación siquiera haría mella en su esposa. Ahora fue él quien, tras manipular la palanca de velocidades, viró la mano y entrelazó sus dedos con la ajena. Fuese lo que fuese, si la tenía con él, sería capaz de enfrentarlo todo.[/code]
[code]Incluso en el procurarse alimento para su esposa quien, entre las prisas y la falta de costumbre de estar con vida, probablemente habría olvidado que pronto tendría hambre.

Aprovechando un alto forzado (uno de tantos refunfuñó Jules para sus adentros), pudo asir la mano de su mujer con una presión tan delicada como cariñosa, mientras con la otra rebuscaba en el bolsillo de su infaltable gabardina y extraía una manzana y una barra de granola; mismas que ofreció a Ariadnae. Lo más antiguo y lo nuevo en una sola comida. —Come, amor mío; lo necesitarás. En el aeropuerto nos servirán algo más para desayunar. —Cierto: había olvidado explicarle qué eran los aeropuertos y aviones, pero podría hacerlo sobre la marcha. Tras dedicar una mirada cargada de amor a su hermosa copiloto, Jules notó la luz verde del semáforo y volvió la vista al frente, emprendiendo nuevamente la marcha. [...][/code]
[code]Jules estaba convencida de que Ariadnae lo sospechaba ya, que Andrei estaba, como ellos, más allá de la especie humana; de otro modo no le habría creído cuando le dijo que su hijo seguía vivo, aún cuando a esas alturas habría sobrepasado el centenario de edad. Decidió reservarse esa información para más tarde.

La lluvia alentaba de manera perceptible - y demasiado irritante - el tráfico vehicular. Suerte que Ariadnae, en su impaciencia, había apresurado a Jules, al grado de que abandonaron la casa con casi dos horas de anticipación, cuando el trayecto al aeropuerto de Dublín no les llevaría más allá de 45 minutos en circunstancias normales. El hechicero disimulaba su tensión perfectamente, empleando toda su voluntad en concentrarse en los hechos conocidos y los que tendría que desvelar; en las minucias del viaje; en repasar mentalmente el contenido de las maletas. [...][/code]
[code]A pesar de que le había pedido a Ariadnae que descansara un poco, lo cierto fue que no pudo conciliar el sueño en absoluto; de modo que, cuando creyó que ella dormitaba, se había levantado para preparar el terreno, a sabiendas (gracias a sus informantes) de que Andrei había vuelto a pisar suelo inglés hacía poco tiempo. ¡Crueles ironías! Cuando Jules huyó del país que sentía suyo, su hijo había vuelto, como un príncipe sin corona, a la ciudad que lo vio nacer: sus contactos le informaron que Andrei había sido visto hace unos meses en las inmediaciones de la Biblioteca Británica. Jules esbozó una sonrisa triste al escuchar tal cosa, aunque pronto mudó el gesto en uno de alivio al pensar que sus pesquisas no serían tan complicadas; así, pronto podría darle a su esposa la alegría de ver al único de sus descendientes que aún sobrevivía. Aunque, ¿debía hablarle de lo que él era ahora? [...][/code]
[code]Dublín se reveló como la ciudad perfecta cuando Jules necesitó un refugio secreto e íntimo para lo más preciado de su existencia. Los círculos sociales y esotéricos de Londres sabían de la existencia de la Gray House, así como de su peculiar ocupante: un supuesto descendiente del lord que había vivido en ella siglo y medio atrás. El nuevo inquilino tenía un aspecto tan similar al difunto noble que las habladurías no se hicieron esperar; motivo de más para que Jules se hubiera trasladado desde el sur de Mayfair hasta la residencia escondida que había establecido en Irlanda, cuando buscó la soledad y la tranquilidad que esta prometía, harto de luchar sin sentido aparente. Además, ese era el lugar donde había erigido la cripta de su esposa, y en donde la recibió de vuelta en sus brazos cuando ella volvió a la vida.

Y ahora, era la ciudad que intentaban abandonar a toda prisa, en busca de Andrei, su hijo; a quien no veía desde hacía más de cien años.[/code]
AC1555631 · F
— Jules... ¿A dónde me dijiste que íbamos? — Cuestionó con la clara intención de romper el silencio y distraer su mente. Su diestra avanzó desde su pierna, por el cuero del asiento y por la pierna contraria hasta alcanzar la mano contraria y tomarla con delicadeza y afecto. Su tibieza era tal que reconfortaba cualquier frío corazón.
AC1555631 · F
con tales exigencias.

Chip, chap, chip.

Estúpido sonido de lluvia. Estúpido gruñido estomacal. Estúpida ella. Estúpido destino. Estúpido todo.

Contenía sus ganas de maldecir por lo bajo para esconder lo más posible sus inquietudes de su esposo que seguía siendo tan dulce como lo recordaba, y que acabaría preocupándose de más si ella externaba su dolor. Su mirada vago, curiosa, hasta el rostro del hombre que manejaba en silencio; ¿Cómo había podido aguantarlo todo? La vida había sido pesada y difícil para él, aún así seguía en pie, entero, amandola. Una sonrisa repleta de amor se asomó por las comisuras de la azabache, lo admiraba tanto aún después de haber muerto y resucitado, no había un hombre igual que él y por eso ella sabía que debía ser valiente, él le daba fuerzas.

Tomó aire por la nariz y lo sacó en un suspiro suave tras desviar su vista a la carretera. Era una cría, se sentía como una, ¡no era un examen lo que estaba por afrontar y aún así...! Ah. Qué estupidez.
AC1555631 · F
Tenía que ser un día lluvioso. Ariadnae sentía que el chispoteo sobre la ventana era el sonido de las millones de inseguridades y culpas que tocaban a su puerta; se había puesto en pie desde las cuatro de la mañana, sin dormir prácticamente nada y con la esperanza de salir lo más pronto posible rumbo a quién-sabe-dónde en búsqueda de su hijo menor. Rápido, Jules, rápido. Había sido su respuesta cuando él le había ofrecido algo de desayunar; la fémina lo había arrastrado prácticamente hasta el auto y consigo se había llevado todas las maletas necesarias para el viaje, ahora que gozaba de una fuerza superior a la humana las tareas "para hombres" no le costaban más que dos parpadeos. No obstante, ya bien entrados en carretera, se arrepentida de no haber jalado aquel panquecillo para después pues su estómago ardía levemente como muestra de hambre, una necesidad básica que todavía le parecía ajena a su ser. No lograba acostumbrarse del todo a volver a tener un cuerpo

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