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— You again. —
 
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Blanco... esponjoso. Un olor entre cartón, periodístico y humedad, no estaba seguro, pero incluso le daba la sensación de un aroma a atún pasado.

Se apartó del casillero, en un silencio increíble al cuidar cada uno de sus movimientos con tal de buscar a la responsable.

— Vamos, sé que estás allí. —Habló, dio vuelta a la sección de casilleros contrarios al suyo y continuó buscando. Intentaba recordar el nombre de aquel animal, el que le había puesto, pero simplemente no podía, Tsubasa era realmente malo para recordar muchas cosas.— Y será mejor que aparezcas ahora. Esta broma te puede costar un ojo de la cara. Quizá dos, depende de cuánto tardes en salir.

Amenazó sin ir completamente en serio, en otro caso se hubiese soltado a reír después de sus palabras, pero se mantenía tan serio como casi siempre que un problema era grave. Y vaya que lo era, después de todo, su abrigo favorito estaba perdido en las manos de quien sabe quién.
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él? Sin duda, aquel que se había tomado la osadía, sufriría la misma furia que sintió su casillero al cerrarlo con fuerza. El portazo causó un sonido metálico grave y estruendoso que, por el impacto, causó que la bisagra superior se enchuecase un poco. Gruñó, fastidiado, y poco después bufó dejando escapar el humo.

¿A dónde se habrían llevado su ropa? No podía quedarse con el vestuario de deportes (al menos no con la camisa, el pantalón podía conservarlo ya que lo traía puesto). Lo consideró seriamente, volvió a abrir la puerta y comenzó a buscar entre los objetos que aún estaban allí. Su ropa especial debía de permanecer aún escondida.

Mientras buscaba, sus sentidos se mantuvieron alerta ante cualquier posible intruso o por si el responsable de aquel chiste decidía hacer acto de presencia para disfrutar su sufrimiento, un aroma extrañamente familiar llegó a sus fosas nasales. Sintió una picazón rara, era demasiado familiar pero... ¿Dónde lo había detectado antes? Blanco
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Odiaba las clases de deportes, no le gustaba hacer ejercicio, tampoco el tener que calentar antes de cualquier partido amistoso o práctica que lo requiera; tenía talento para las actividades físicas dada su estatura, su agilidad y, por supuesto, sus dos ases bajo la manga: Su entrenamiento semi-militar y su naturaleza de dragón que le otorgaba esa fuerza para aplastar a sus compañeros fácilmente... Incluso en el sentido literal.

Había sido el último en regresar a los vestuarios y todo ello debido a que en más de una ocasión de había librado de guardar el equipo utilizado, pero en esta ocasión, la suerte no estaba de su lado.

Una vez salió de la ducha rápida que había tomado y tras dejarse la toalla sobre los hombros para contener la humedad que caía de su cabello; Tsubasa se dirigió hacia su casillero, abrió la puerta del mismo y, aunque por un segundo la sorpresa lo embargó, el fastidio no tardó en hacerse presente. ¿Quién había sido tan estúpido para jugarle una broma a
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Olía a limpiador y alrededor habían casilleros azules. Arizona jamás había acudido a una escuela pero sí que reconocía aquella sala como vestidores -debido probablemente a los animes o shows televisivos que veía- y a juzgar por el color era seguro que fuesen de chicos. Chasqueó la lengua, no podía renegar de su situación que si bien no era la mejor al menos no estaba desnuda en la calle helada; supuso que su mejor opción era buscar algo de ropa dentro de un casillero al azar. Extrajo un pantalón de vestir, una camisa y un abrigo que se colocó encima, armando así su improvisado outfit. Estuvo a punto de salir del lugar cuando escuchó un ruido, pisadas. Corrió a esconderse detrás de una columna de casilleros, en el lado no visible de la entrada.

Ahora sí que renegaba de su suerte.
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Con la agilidad digna de un gato corrió hasta uno de los edificios más cercanos que encontró. “Por favor, por favor.”, suplicó mentalmente por alguna oportunidad de salvación; tenía máximo un minuto y medio para el cambio.
Encontró entonces una ventana abierta, estaba en un primer piso así que no fue complicado colarse por la misma, apenas puso los pies en el suelo sus piernas comenzaron a reemplazar las gatunas y la estatura aumentó, se fue el pelo, la cola y las orejas y su cabellera teñida de negro apareció, estaba desnuda en un lugar desconocido pero por suerte también vacío.
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El clima era terrible. Había tanto viento que el pequeño gato blanco apenas podía caminar contra la corriente; Arizona llevaba ya más de tres días en su forma animal y no estaba segura de cuando volvería a ser una humana ya que había perdido todo control de sus transformaciones, bien podía quedarse así para siempre. Por tal motivo es que deambulaba sin rumbo alguno por las calles de quién sabe qué lugar, había escapado de su grupo así que no poseía un lugar al cual llamar “hogar” donde se sintiera segura y escondida del resto de la humanidad.

Apenas había doblado una esquina cuando un calor conocido recorrió su espina dorsal. Trató de ubicar una zona segura y lejos de la vista de los pocos transeúntes que caminaban por ahí pero no pudo encontrar nada, el cambio se produciría pronto y era imperativo que nadie presenciara aquello.

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