El resto de los presentes parecían no haber notado la presencia de la joven que observó con desaprobación a la joven madre tras aquella aseveración que hiciera. Apartó la mano con cuidado del rostro de la bebé. La conversación claramente se limitaba a aquellas dos mujeres, como si solo ellas estuviesen en la habitación.

—¿No la hay?—

Pronunció la desconocida dejando algo que reflexionar a la joven madre.
Pero ya no esperó respuesta. La joven simplemente retrocedió, dejando que la bruma de ese sueño la absorbiera de nuevo, anunciando a Ariadnae que ya era el momento de despertar.

Tan ensimismada estaba en sus pensamientos mientras veía a aquella bebé que no reparó en la presencia de una cuarta persona sino hasta que habló de su más grande miedo: la oscuridad que acechaba en su interior.

—¿La... Oscuridad?— Cuestionó, levantando la vista con pesar hasta divisar a la fémina frente a ella. Era muy bonita, se parecía a alguien que conocía.

—Pero, eso no puede ser. No hay oscuridad... — ¿Por qué mentía? Tal vez era lo que quería creer en realidad. Sonaba más a algo dicho para convencerse a uno mismo.

—Parece un sueño ¿No es cierto?—

Los níveos dedos de una joven que salen de la penumbra, se aproximaban con lentitud hacia el rostro de la bebé que sostenía Ariadnae entre sus brazos para acariciar su mejilla suavemente con los nudillos. La pequeña dormía plácidamente, sin inmutarse por el repentino tacto. La joven desconocida sonrió enternecida y luego volvió su atención a la joven madre, desfalleciendo esa sonrisa encantadora, volviendo su expresión a una más rígida, dura y alarmada.

—Pero la oscuridad la acecha. La oscuridad que hay en ti—