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— No confíes en él, Arizona. Va a intentar hacerte creer que es tu amigo, que pasó siglos buscándote, que quiere ayudarte. Nada más alejado de la realidad. No le digas nada, no te dejes engañar, confía en tu instinto. NO CONFÍES EN ÉL.
 
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AC1555631 · F
¿Por qué hacerle caso a una voz desconocida?, ¿por qué seguir un sueño? Cuando se es una criatura mágica hay cosas que no ignoras tan fácilmente como los humanos normales, cosas que para ellos pueden parecer simples alucinaciones o una pesadilla más. Arizona estaba acostumbrada a actuar y después cuestionarse, algo que la había metido en más de un problema con anterioridad.
A pesar de lo dicho ella no se movía ni un centímetro, ni intentaba huir. Era como si su cerebro recibiera dos indicaciones contrariadas y por lo tanto optara por intentar aplicar ambas, con una actitud a la defensiva pero sin moverse del lugar.
AC1555631 · F
Tenía suerte de poder hablar ese día, complicado hubiera sido si su versión muda hubiera dominado su ser. No solamente para dejarle en claro que no lo quería cerca, sino por sus pensamientos y es que cuando la albina tenía una duda que no podía expresar se torturaba dándole vueltas una y otra vez; había dejado de cargar con el aparato para mudos que la ayudaba a comunicarse así que posiblemente no hubieran podido tener una charla ágil. Y la pregunta se hubiera quedado sin respuesta.

<<No confíes en él, Arizona.>>

Con rapidez la albina desvío su mirada justo al sendero que tenían enfrente. Una voz, esa voz, la voz de sus sueños. Cuando se es una criatura mágica no se pueden pasar por alto ciertas cosas que los humanos normales ignorarían con facilidad o tacharían de alucinaciones así que, tras unos minutos en los que no pudo evitar quedarse atónita, regresó la mirada con lentitud hasta él. — No importa... Déjame en paz.
AC1555631 · F
Ojos azules, aún más azules que los propios. Arizona no pudo evitar quedarse mirando fijamente aquél color como si buscará dentro de ellos alguna excusa para la pregunta lanzada. ¿Qué quería ver?, no estaba segura pero creía firmemente que si prestaba la suficiente atención encontraría su alma; una sensación extraña -similar al calor acogedor y la familiaridad- la invadió en respuesta. Llevaba siglos sin sentir aquello, la abrumó al punto de hacerla retroceder un poco el rostro. Como si repeliera la idea de que él le transmitirá aquello. Él, que nunca le había hecho nada malo.

— T-tú... — Murmuró mientras su mente trabajaba en atrapar la idea que parecía escaparse, la razón de aquél extraño sentir. — ¿Nos hemos visto?

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User1556864 · 26-30, M
«Ya son muchos años»
Se decía, y era verdad: Ivar había vivido lo suficiente como para creer en "coincidencias".

La tarde que había salido de su escondite en medio del bosque para buscar ciertos ingredientes para su siguiente esencia, había visto por el rabillo del ojo un cabello blanco como la misma nieve, veloz y agazapándose en la espesura. ¿Cómo no había sentido su presencia, si su lazo era más fuerte de lo que solía pensar? Después de todo, sellaron sus destinos hacía ya tantos años que era imposible imaginar el final del uno sin el otro.
Era momento de acercarse, pero ésta vez no lo haría como si de una presa se tratase, pues a esta criatura había que tratarla con el respeto y la cautela de un demonio. El nigromante optó por ganarse su confianza, y así dar marcha a su plan.

—¡Vamos! —instó una vez más, colgando desde la rama de uno de los inmensos sauces.— Estoy seguro que no es mi olor, ¡me he duchado todas las mañanas! ¿Por qué me evitas?
AC1555631 · F
Flashback
No importaba cuanto tiempo la albina tratara de evadir a su nuevo "amigo", ni el empeño que pusiera en decir palabras nada propias de ella para hacerlo retroceder; él no le daba tregua. No tenía motivos para privarse de conocer a Ivar, pero algo dentro de ella -el recuerdo de un sueño quizá- le decía que él no era de fiar. Por eso, días atrás, en cuanto lo vió recorriendo el bosque que ella rondaba con frecuencia intentó no toparse de frente con él. En pos de su mala suerte parecían estar destinados y fue cuestión de tiempo para que él se percatara de la presencia femenina y el choque esperado surgiera. — Déjame en paz. — Le había dicho ya por enésima vez mientras sostenía entre sus brazos a un conejo blanco que de vez en vez alimentaba con lechuga. — Cada día vengo aquí y cada día apareces tú justo en mi camino... — Con el ceño fruncido, algo pocas veces visto en ella, trató de hacerle saber todo su rechazo.

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