Desesperación, tristeza, amor, miedo... ira. La ira era suya, pues había estado sintiendo todas esas cosas de manera externa. Sí, las sintió por mucho tiempo, pero en las últimas horas había aumentado de manera exponencial. Sentía gran miedo a un enorme peligro y no sabía cuál era. Él no estaba en peligro; él se encontraba en plena cacería junto a su prometida y un par más poderoso era difícil de encontrar. Pero el creciente sentimiento de confusión lo tenía reventando una y otra vez el cráneo del desdichado luisón que tenía como presa.
—Que se passe-t-il? Qu'est-ce qui se passe, putain? —Risas involuntarias se le escapaban en medio de la sangrienta escena, hasta que repentinamente…
Vacío.
Se detuvo, y sus pupilas reducidas temblaron en confusión.
“Eve…” Jadeó, esperando respuesta. “¡Evangeline!” Nada. Pero esa nada ni siquiera tenía eco, era aplastante.
Se irguió y los dedos de sus manos parecieron dislocarse en un movimiento extraño que dio paso al crecimiento de sus uñas en diez garras negras, filosas y sólidas como dagas. —Mi Evangeline. —Solo eso dijo antes de salir corriendo a toda velocidad través de la lluvia.
