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𝑬𝒏𝒔𝒆𝒎𝒃𝒍𝒆 𝒐𝒇 𝑺𝒉𝒂𝒅𝒐𝒘𝒔
 
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ABs1582147 · M
La frustración añadió a su ira. Se ensañó con los cuerpos con fuerza bruta, su estado no llegaba al frenesí, pero sí a un arrebato que no le hacía detenerse, a pesar de que los cuerpos frente a él habían dejado de moverse, gritar o gemir. Estaban inertes, en un estado de shock fatal.

Solo se detuvo cuando esa voz interior, la voz de Eva, la que no hablaba pero igual sentía como si la leyera, le corroboró lo que había sucedido con el infeliz de su padre y con su hermano mayor. Solo entonces dejó caer su brazo, mirando uno de los sacos de carne, huesos y sangre que colgaba inerte frente a él. ¿Alegrarse? ¿Aliviarse? ¿Entristecer?

No sentía nada.

Recogió el látigo y avanzó hacia los moribundos. Cuerpo por cuerpo se alimentó de la sangre. El sacrificio de esos humanos no había sido en vano, habían dado sus vidas por la de uno de ellos, el que no podía matar por el bien de su hermano. Adrael era su mayor debilidad.

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ABs1582147 · M
Batió el látigo con fuerza y maestría contra cada uno de los cuerpos, como si dirigiera una orquesta y el cántico de la misma fueran los gritos y clamores agonizantes de los moribundos esclavos, pidiendo piedad, llorando por misericordia, gritando algunos hasta desgarrar sus gargantas.

Su mirada imperturbable ante la visión de la débil carne abriéndose, rompiéndose; no era como la suya que en un par de horas habría sanado por completo. En esta, la punta metálica del látigo se atascaba y con un fuerte tirón del mismo salía, rompiendo la carne de manera permanente para esos pobres que no sobrevivirían a la noche.

El aroma de la sangre en abundancia, mezclada con el sudor, las lágrimas, la saliva y la orina de las víctimas se sentía inundar el pequeño recinto y, sin embargo, no competían con el olor que había sentido sobre su Adrael.

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ABs1582147 · M
Todavía tenía ese olor en la nariz. Molestaba como una alergia que ni el aroma ni el sabor del tabaco apaciguaban; como arañas trepándole las fosas e invadiéndole la garganta. La presión en su cabeza y en su pecho de molestias propias y angustias externas, esas de su melliza, todo se estaba burlando de su raciocinio y debía hacer algo rápido si no quería cometer algo cuyas consecuencias lo harían arrepentirse.

Por ello se recluyó en su mansión; se encerró en una pequeña habitación cuya única salida de ventilación era una pequeña ventana con barrotes, y en la cual se hallaba en compañía de una fila de esclavos colgados con cadenas desde las muñecas. Todos eran humanos. Esa miserable raza que sólo por ser se llevaría el castigo del látigo que apretaba en su puño indolente.

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