Sus colmillos y demás dientes seguían hincándose con fuerza en el costado de su cuello, necesitados de toda la sangre que pudiese salir de ellos. Por instinto se aferró con sus manos de tal manera que éstas dejaron marcas en su cuerpo; un vampiro hambriento no dejaba escapar su fuente de sangre.

Suspiró contra su cuello y bebió, y bebió más, y siguió bebiendo con abundancia, pero antes de que su hambre fuese saciada, se obligó a separarse. No debía dejar a su lobo sin sangre suficiente.

Lamió la herida y ese componente particular en su saliva evitó que ésta siguiera derramando sangre. Lamió los restos de sangre en su piel y en casi completo estado de éxtasis, olió profundamente el aroma de su cuello.

—¿Estás bien? —Preguntó en un susurro; su pecho expandiéndose y contrayéndose contra la espalda del lobo—. Necesito más.