- Le chupa la sangre y la escupe le dió mucho asco con temor de agarrar alguna enfermedad de por medio. Pero se aferra como si de eso dependiera su vida.
— ¡Vaca enana y débil! ¡Quedate quieta ya! ¡Vættir puede conseguir su propia comida él solito!

—¡No soy una vaca! Estúpido perro —Se tira al suelo, está en su forma chiquita, odia no tener mucha fuerza así—. No te quiero adoptar, odio las mascotas. No te daría de comer porque se me olvida, morirías. ¡Trato de ahuyentarte para salvar tu vida! —Mentira, pero no mentía. (?)

— ¡Jajajaja, Eres una vaca.!
- Lo grita a todo pulmón hasta enterrar los colmillos en la pierna apañando con los dientes su superficie.
— ¡Nhhg!
- Aferrado a no irse ni a sacar nada del jardín.

—¡No soy hogar de paso! Yo odio a los animales... Excepto... A las vacas. Un poco —se asquea de sus propias palabras y sigue sacudiendo su pierna—. ¡Con razón hay tantas hormigas! Saca eso de mi jardín, mugroso.

- Se queda congelado teniendo esos recuerdos del shibari, como una cinta vieja de horror y pornografía nunca más volvió a tocar el tema.
— Vættir es libre, mugrosa.
- Se prenda de la pierna como estampilla de correo y no se suelta.
— Pe... Pero ¿Y que hay de los agujeros y la carne que enterré en tu jardín?.

—¡No vuelvas a entrar a mi cuarto! Pero, son bonitas, ¿verdad? Ay. Hace tiempo que no les doy un buen uso torturador —se inclina a ver el collar y le sonríe falsamente unos segundos—. Tienes dueños... ¡Entonces largo de mi casa, pulgoso! —le tira patadas de maltrato animal.

— Estaba hurgando tu habitación, encontré cosas similares a las cadenas y sogas que me ponían.
- Y presume con mucho orgullo un collar de cuero demasiado apretado para su tamaño.

—¡Estoy bañada! Hmph. Deja de hurgar en la basura, ahora todo te huele a feo. Perrito callejero.

— ¡Báñate mugrosa!.