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A1577749 · F
Era un echo que con solo oír su voz la paciencia la abandonaba. No quería lidiar con aquel que, con suerte y bastante esfuerzo, alcanza a saber hablar, pero eso no evitó que la cara de la mujer acabara siendo un poema. Un ceño fruncido y ojos brillantes que le miraban solo a él, cruzada de brazos por culpa de sus palabras.

- ¿Que montañas...? De arena, ¡no montañas! ¡Dunas, príncipe! ¡Dunas! ¿O acaso ya ni recuerdas? Siquiera eso al menos, pero de verdad que no comprendo, ¡de verdad que no el porqué! El porqué tengo aún esperanza por ti, esperanzas del tamaño de la llama de una vela apunto de desaparecer, pero calma príncipe, ¡calma! No sé si me sorprende más eso o que pienses, de verdad, que me voy a creer lo que me dices, ¿en serio lo crees? Nada se compara dice, ¡nada dice! Y luego, a la mínima oportunidad que vio, corrió. ¡Y bien que corrió el príncipe de los Señores! Corrió con el rabo entre las patas como perro asustado, pero dime, ¡dime por más que quieras, ...
 
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