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A1564049 · M
Sus ojos, otrora rebosantes de curiosidad, se habían apagado casi por completo; miraban sin ver, hacían de las cosas meros obstáculos en vez de reconocerlas como parte de un mundo que, ahora más que nunca, se le antojaba cruel y vacío, tan feroz como su desprecio naciente por la humanidad que había empezado a amar. La resignación le era tan lejana como el inicio de su historia en la Tierra, tantos siglos atrás, cuando Zuiver y él habían decidido experimentar en carne propia los avatares que sufrían los hombres; ¡craso error! Aprendieron, sí, e hicieron del progreso y las artes sus blasones; sin embargo, ahora se revelaba para él una verdad innegable y central que los había acompañado siempre, aunque sutilmente disfrazada por los velos de lo hermoso, de las enormes capacidades que el ser humano posee y aplica en los múltiples caminos de la vida:
Egoísmo. Destrucción. Pecado. Esos son los motores verdaderos de la humanidad.
Egoísmo. Destrucción. Pecado. Esos son los motores verdaderos de la humanidad.
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