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En ese momento, con esa única muerte, algo dentro de Akroma se rompió para siempre. Un solo cadáver, una vida que no debería significar ninguna diferencia; pero que para él lo fue todo, el punto de quiebre y el inicio de su caída.
 
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A1564049 · M
Debía haberlo sabido. Zuiver se lo había advertido; pero él ya no era el mero observador de la Historia que se había prometido ser, sino que ahora era un pasajero más; un participante de aquella realidad adversa. Un hombre, nada más que un hombre.

Pero, se juró a sí mismo, aquello habría de cambiar.
A1564049 · M
Akroma levantó la vista de la piedra mortuoria, y el cielo, pródigo en copos de nieve, recibió su mirada triste, haciéndolo olvidar con la aparente inmensidad su verdadera naturaleza como un ser existente allende la eternidad, y llenándolo con la impotencia; todo él era mortal - inútil - ahora, incapaz de hacer nada salvo cultivar su pena, tan capaz de sobreponerse como lo sería un infante abandonado e intentando sobrevivir.

Tenía tantos deseos de romperse la garganta en lamentos y gritos. De desgarrarse las cuerdas vocales en alaridos, de insultar, de arrancarse aquello que hacía las veces de corazón en su ser... Los recuerdos comenzaron a acudir en tropel a su mente, y, lejos de ahogar esas ansias recalcitrantes, las alimentaron, presentándose como razones tergiversada que sólo alimentaban su cólera y depresión.
A1564049 · M
Sus ojos, otrora rebosantes de curiosidad, se habían apagado casi por completo; miraban sin ver, hacían de las cosas meros obstáculos en vez de reconocerlas como parte de un mundo que, ahora más que nunca, se le antojaba cruel y vacío, tan feroz como su desprecio naciente por la humanidad que había empezado a amar. La resignación le era tan lejana como el inicio de su historia en la Tierra, tantos siglos atrás, cuando Zuiver y él habían decidido experimentar en carne propia los avatares que sufrían los hombres; ¡craso error! Aprendieron, sí, e hicieron del progreso y las artes sus blasones; sin embargo, ahora se revelaba para él una verdad innegable y central que los había acompañado siempre, aunque sutilmente disfrazada por los velos de lo hermoso, de las enormes capacidades que el ser humano posee y aplica en los múltiples caminos de la vida:

Egoísmo. Destrucción. Pecado. Esos son los motores verdaderos de la humanidad.
A1564049 · M
No debería estar nevando en esa época del año, con el invierno aún a semanas de despuntar; pero todo era blanco, la hierba se había escondido, temerosa del hielo que le roba la vida, y un manto prístino cubría las copas de los árboles, cegaba los caminos, recubría las lápidas del cementerio donde Akroma presentaba sus últimos respetos a la única muerte que alguna vez quiso evitar. No había más dolientes. Sólo estaban él, las pocas briznas amarillentas del camposanto, y un aire de soledad, realzado por el soplo de la brisa gélida que jugueteaba con el borde de su abrigo, alzándolo de vez en cuando y colándose en los resquicios. Esa sensación contrastante de calor y frío a la vez era uno de los tantos portentos que había descubierto en su trayectoria humana: ¡cuánto no había aprendido, y cuánto tenía aún por delante! Aunque, en ese momento, su ceño apesumbrado no hablaba de tales promesas; solo quedaba la furia, un dolor sordo y recalcitrante, aplacado momentáneamente por la melancolía.

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