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En ese momento, con esa única muerte, algo dentro de Akroma se rompió para siempre. Un solo cadáver, una vida que no debería significar ninguna diferencia; pero que para él lo fue todo, el punto de quiebre y el inicio de su caída.
 
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A1564049 · M
No debería estar nevando en esa época del año, con el invierno aún a semanas de despuntar; pero todo era blanco, la hierba se había escondido, temerosa del hielo que le roba la vida, y un manto prístino cubría las copas de los árboles, cegaba los caminos, recubría las lápidas del cementerio donde Akroma presentaba sus últimos respetos a la única muerte que alguna vez quiso evitar. No había más dolientes. Sólo estaban él, las pocas briznas amarillentas del camposanto, y un aire de soledad, realzado por el soplo de la brisa gélida que jugueteaba con el borde de su abrigo, alzándolo de vez en cuando y colándose en los resquicios. Esa sensación contrastante de calor y frío a la vez era uno de los tantos portentos que había descubierto en su trayectoria humana: ¡cuánto no había aprendido, y cuánto tenía aún por delante! Aunque, en ese momento, su ceño apesumbrado no hablaba de tales promesas; solo quedaba la furia, un dolor sordo y recalcitrante, aplacado momentáneamente por la melancolía.
 
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