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Yo, sin ti, no puedo existir; tú, sin mi reflejo, pierdes tu identidad. Dispares, opuestos, pero nuestros destinos están irremediablemente unidos; sobreviviremos a las épocas, las veremos pasar...
 
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A1564049 · M
Para cuando la última palabra fue lanzada, no habrían más que unos cuantos y despreciables milímetros entre ambos, fácilmente eliminados cuando, por fin, el enlace comenzó; boca con boca, pugnando por reconocerse, entreabriéndose, rozándose. A pesar de que otras mil noches los habían encontrado unidos, devorándose, explorando los mismos límites de sus existencias con todos y cada uno de los sentidos que poseían, el beso se matizaba con la expectativa de lo novedoso, cual si fuera la primera vez que los amantes se encontraban, y ahora tuvieran todo un mundo de posibilidades por explorar. Desde el rostro de Zuiver, los dedos de Akroma emprendieron el camino, pasando por la sien y deslizándose, furtivos, entre la melena albina, hasta detenerse en la nuca para sostener la cabeza en una suerte de presa amorosa, que solo haría más intenso el encuentro.
A1564049 · M
En las veleidades de la eternidad, los pormenores parecían encerrar las verdades más fundamentales; quizá fue por eso que su adoración fue minuciosa, que sus caricias se tornaron lentas, semejantes a ultimar los detalles de una obra maestra. Así tocaba Akroma a Zuiver, sin poder evitar la anticipación de alcanzar la gloria que ella prometía con tan solo cerrar los ojos, abandonándose, en cierta manera, a la merced del varón; éste guardó en su pecho las dulces palabras de su esposa, identificándose con ellas, pues una vorágine similar azotaba su pecho, aunque distaba de ser tortura para trocarse en una pasión desmedida. Y, al tiempo que su rostro descendía, presto a iniciar la más dulce de las batallas, murmuró en una voz tersa:

—Jamás hubiera imaginado que seríamos capaces de sentir todo esto. Mi amor por ti solo puede crecer a medida que Cronos envejece; permíteme demostrarte cuánto te necesito, Zuiver, y encontrarte en el sabor de tus labios.
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Para ellos los años duraban lo mismo que un parpadeo y por eso su amor no mermaba sin importar el lapso de tiempo pasado; además, las figuras que utilizaban de acuerdo a cada época distaban mucho unas de otras. Observarse mutuamente casi era una actividad infantil, como si tuviesen a su alcance un juguete nuevo.

— Jamás hubiera pensado que tú, compañero mío, causarías en mí todo un vendaval de emociones...

Permitió que la tocara, no sin antes regalarle una sonrisa casi imperceptible pero no por eso falta de cariño. Fue hasta ese preciso momento que sus párpados cayeron cual cortinas que se cierran ante el inminente anochecer; así, sin observar nada, se preparó a sí misma para sentirlo venir y un hormigueo acusó sus labios ante la excitante sensación de quien espera lo inesperado.
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¿Sería así como se sentirían los humanos de saber que dos seres cósmicos los observaban desde arriba? Zuiver se mantuvo quieta, como si su fin fuera ser una estatua a la espera de ser observada, interpretada y guardada en la memoria de aquel interesado en el arte que la descubriera. El calor que emergía de su figura humana coloreaba sus pómulos con un carmín mal disimulado y un sentimiento nuevo y extraño la obligaba a tragar saliva; tal vez era eso a lo que los humanos llamaban nerviosismo, sí, se sentía como eso.

La melena umbrosa de Akroma impedía que la fémina pudiera escudriñar en los ojos de su amado, pero ni por todas las ganas que tenía de contemplar su mirar se atrevió a mover un solo músculo pues quería dejarlo terminar aquella especie de rito donde él le rendía culto antes de permitir que fuera el turno de ella. ¿Cómo podían culparlos?
A1564049 · M
Una mano le bastó para sostener su peso. De ese modo, la otra pudo añadirse al ritual, rozando el costado de ese rostro amado con el dorso; parecía esculpirlo, hacerlo nacer de la nada, creando algo de infinita belleza que motivaba esa sonrisa breve, mas repleta de afecto, en las facciones del varón. Terminó por acunar la cara de Zuiver, dedicando una constante y suave caricia a su mejilla derecha; hombre y mujer, entregados en plenitud, compartían ese momento, ajenos al tiempo y a sus mutuos deberes. La eternidad podía esperar — o, más bien, estaba justo ahí, en la belleza incólume de Zuiver, en el fervor que los ojos de Akroma reflejaban al solo verla.
A1564049 · M
—Jamás pensé que tu mirada podría traspasarme de esta forma. Ni siquiera cuando todo era novedad, recién adoptamos estas formas, creí que mi ser llegaría a clamar por tu presencia a tal grado, o que tus labios serían tan invitantes...

Los ojos de Akroma recorrían un camino incesante y repetitivo, colmado de adoración. Se detenían para cruzarse con los de Zuiver, cual si desearan aprender cada detalle de las pupilas y ahogarse en ellos; luego, descendían por el puente de la nariz, la dibujaban, rodeaban los pómulos y viajaban hacia los labios, mientras él reprimía el impulso de acercarse y besarlos; a duras penas lo lograba, embebido en la belleza de su amada, y continuaba hasta llegar al mentón, donde emprendía el camino de regreso. Había tanto de veneración, de auténtica pleitesía, en esa forma de mirarla, que nadie podría dudar de esa verdad manifiesta: eran uno solo, desde la Creación, y aún como seres de apariencia humana seguían siéndolo, perteneciéndose.

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