Estiró su diestra como si quisiera alcanzar la mejilla del ente que aprendió a amar; sin embargo, sabía que ante mano que no lo alcanzaría por más que tratase. La brecha había surgido, ya no eran uno solo y esas palabras se clavaban en su pecho como las cuchillas que en guerras de antaño llegó a sentir. Una mueca de dolor cruzó su semblante por una fracción de segundo antes de que carraspeara y se decidiera a abandonar su acción. — Que así sea. — Su mano se situó nuevamente a un costado de su cuerpo y su mirar, frío, se clavó en él. Tenía que convencerse de que ya no era más su esposo.