Cientos de lunas habían pasado desde la última vez que tuvo una reunión con Athelstan, aquel con quien sus padres la prometieron desde la dulce infancia. Estaba ahí, mirando las costas desde uno de los balcones del palacio real, pues éste gran edificio fue construido en un punto estratégico, donde pudiera observar y vigilar cada rincón del reino. Kassia se oponía rotundamente a la idea de contraer matrimonio por la fuerza. Y es que no era secreto que, tanto sus padres como los de Athelstan, maquinaron reuniones con la excusa de sellar tratados entre ambos reinos, donde el objetivo real era intentar acercarlos a ambos. Intentos fallidos, claro está, ya que Kassia se rebelaba al jugarle travesuras a Athelstan y viceversa.
Tal vez, y sólo tal vez, de no haber escuchado las verdaderas intenciones de sus padres una tarde de invierno, cuando espiaba inocentemente a sus progenitores en la sala común a la hora del té, la Reginâ habría hecho más llevadero el matrimonio.
