El trabajo había sido arduo, pero la noche pintaba bien para poder sentarse y regodearse de su primer trabajo bien hecho. Sonríe, no puede ocultar esa maldita sonrisa de oreja a oreja y esa mirada que desborda de malicia, pero que poco a poco se pierde tan pronto Sylk entra en escena. No por incomodidad, sino por verla complacida.

El verla acercarse, preguntarse de quién era la cabeza cercenada y el desafortunado que tuvo que vivir en carne propia ese calvario, el sabueso no tarda en alzar la cabeza sujeta desde los cabellos con ayuda de sus dedos. Bien puede sentir la humedad de la sangre recorrer esos dedos cubiertos por el hule negro de sus guantes, pero estaba contento de poder probar el horrible sabor con los salpicones hacia su rostro, sus labios.

— Si tuviera que pedir un premio... —hizo una breve pausa antes de continuar, mirando la cabeza a detalle—, pediría su cabeza. Pero ya la tengo, ¿cuenta como uno?