Sin embargo, cada noche podía dormir tranquila bajo un techo seguro, comía tres veces al día y el ejercicio distraía en demasía a su ansiedad. Había aprendido a usar esta última como arma para prevenir, no para refrenarse o paralizarse y, lo más importante, lo tenía a él. Soujiro le daba el cariño genuino que fuera de ese sitio nadie le ofrecía. Las palizas propinadas por su padre casi eran un mal sueño lejano y sabía que él seguía vivo y "bien" porque recibía una pensión que la misma armada le daba a los familiares de la tercera edad. Tal vez al principio su padre hizo aquello como una maldad, sin saber que la había liberado.

—Puedo con ello —dijo con seguridad, abrazándose al brazo masculino sin frenar sus pasos—. Yo te protegeré y tú me protegerás, así que estaré bien. Te lo prometo.