Las lenguas más taimadas lo enviaron a conocerla, procuraron endulzar sus palabras de tal forma que le fue imposible ignorar; odiaba tener que recurrir a los rumores de la taberna, pero era el precio a pagar por haber arribado a una localidad lejana, distante de quién hacía para él las pociones más complejas, así como también esas de índole amoral.

Tuvo que esperar una hora en particular, minutos precisos del crepúsculo, esos en los que el agónico dorado y el melancólico azul impera en el firmamento, ciertos materiales solo pueden ser trabajados ante la vista y ceguera de ciertas estrellas y frente a cierta perspectiva de la luna. Ingredientes tan caprichosos hablaron de su calidad, su rareza y también peligrosidad.

El camino no era del todo seguro, pero la experiencia y ciertas artimañas le permitieron alejarse del asentamiento sin poner en juego su cuello. Se halló en el bosque para su desgracia, dónde la vida más abundó, dónde las flores eran más vívidas y el césped más verd