Cada palabra estaba impregnada de una gratitud y un amor tan profundos que las palabras parecían insuficientes para expresarlo todo. Altair lloró como un niño, desahogándose en los brazos de su amado, permitiéndose ser vulnerable y abierto de una manera que nunca había sido antes. Era un llanto de liberación, de reconocimiento de algo verdadero y eterno en su vida.

Mirach había tocado su alma de una manera que nadie más lo había hecho. Había despertado en él un amor tan profundo y abarcador que las palabras no podían captarlo completamente. Y en ese momento, todo lo que Altair podía hacer era llorar y agradecer en silencio por la maravillosa bendición de tener a Mirach en su vida. Todo lo demás, en ese momento perfecto y atemporal, se desvaneció en la insignificancia. Solo estaban ellos dos, y su amor incondicional.