La sonrisa de Altair era radiante, reflejando la dicha que llenaba su ser. Se inclinó y besó a Mirach con un amor y una pasión que iban más allá de las simples palabras. Era un beso que contenía toda su alma, toda su gratitud.

— Te amo más de lo que puedo expresar, Mirach. Tu amor me ha cambiado, me ha hecho una persona mejor. La promesa de pasar mi vida contigo, de formar una familia, de amarte hoy y siempre... es la mayor bendición que he recibido. Siempre seré tuyo, en esta vida y en todas las que vengan después.

Se abrazaron de nuevo, Altair apoyando su cabeza en el hombro de Mirach, permitiendo que las emociones fluyeran libremente entre ellos. Era un momento sagrado, un instante eterno donde dos almas estaban verdaderamente conectadas. (...)