Tomó uno de los cigarros, picó un extremo con el cortador que traía la caja y buscó su encendedor. —Podría fumarme la docena esta noche. Ven, siéntate. Distráeme un poco para que se me quiten las ganas de presentar mi renuncia. —Se quejó, llevándose el cigarro a la boca para encenderlo y dar unas cuántas leves caladas.