En un rincón bañado de luz divina, donde los susurros del viento danzaban en armonía con los rayos dorados del ocaso, el arcángel extendió sus alas luminosas y posó su mirada en ella irradiando cariño y ternura.
Sus labios, portadores de melodías celestiales, acariciaron el aire al tiempo que sus palabras se tejían en poesía. Como pétalos de rosas alados sus susurros envolvieron a la mujer en una cálida brisa de consuelo, haciéndola sentir querida y acompañada en su travesía.
— Ursula, dulce centella en la vastedad del universo, tus pasos no caminan solos en este sendero de la existencia. Aquí estoy, un eterno guardián en el umbral de tu ser, envuelto en alas de esperanza y devoción. —
— No temas, valiente espíritu, pues mi presencia habitará en cada rincón de tu existencia. En los momentos de soledad, sostendré tu mano invisible, guiándote con fervor infinito hacia la luz que anida en tu ser. —
