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El pistolero, luego haber avanzado con paso decidido hacia la colina, pudo contemplar con ojos penetrantes la escena que se desplegaba frente a él. Una gran ciudad, alguna vez bulliciosa y llena de vida, ahora estaba envuelta en un caos infernal. Las llamas danzaban descontroladas, devorando edificios, consumiendo todo a su paso.

La oscuridad de la noche se mezclaba con el resplandor anaranjado de las llamas, creando una imagen surrealista y apocalíptica. El hombre de piel morena, con su figura esbelta y elegante, se erguía como una sombra solitaria. Su rostro, tallado por el tiempo y la experiencia, reflejaba una determinación serena. Ojos profundos y enigmáticos, observan el caos. Sus labios, ocultos bajo su característico bigote, se mantenían firmes, revelando una fuerza interior indomable. «Sea cual sea el lugar que vaya, siempre encuentro rastros de destrucción. ¿Qué clase de mundos son estos donde hay puro caos?»

[...]
 
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