Una sonrisa traviesa se dibujó en el fino rostro femenino debido al tiempo que había pasado ya sin haber visto a su exorcista. Realmente lo había extrañado y era fácil de percibir tal anhelo en la mirada amielada de Chordeva que ofrecía un brillo del que Samuel era dueño.

Extendió su diestra al presenciar tal ofrecimiento y - sin disimular su ansiedad - tomó la mano ajena con rapidez antes de comenzar a hablar: — Tienes que recompensarme las noches que pasé en soledad... Tu trabajo sí que te absorbe. — Los suspiros involuntarios salían uno tras otro, haciéndola sentir una colegiala enamorada.