[code]Limpiaba una lagrimita que iba descendiendo adorablemente por su mejilla de porcelana. Conservaba aún el deseo de apreciar el calor humano de sus manos pero era demasiado orgullosa y soberbia para admitirlo. Solo tomó entre sus algidas manitos una, la derecha ajena, y la colocó lentamente sobre su alba y preciosa corona. Le castigaba en parte la vergüenza y el pudor. Pero, a cambio se desahogaba en esos cortos lapsos de tiempo todos sus traumas y odios. Era inaudito que se sonrojara y bajara la cara con esa belleza sobrehumana dejándose fugazmente cautiva a su disposición.[/code]