Por primera vez, Marissa se quedó sin palabras. Sí, esa linda boquita que lo mismo prodigaba halagos a su novia que lanzaba sarcasmos a diestra y siniestra, se quedó cerradita, antes de curvarse en una sonrisa tan amplia que parecía a punto de salírsele del rostro.
—Sí.
Apenas atinó a decir, la voz trémula y un atisbo de lágrimas en sus ágatas.
—¡Sí! ¡Ven aquí!
Y ni tarda ni perezosa, atrajo a su mujer para caer con ella en la cama, más que dispuesta a darle esa probadita de la luna de miel.
