Mercy era sumamente sensible a las emociones de otros; razón por la que, gracias al contacto que aún mantenían a través de las manos, pudo sentir la desazón de Yuki, que a su vez le hizo sentir una punzada en el pecho. No pensó que su inocente comentario pudiese llevarlas a una escena tan triste. Con una mirada que pretendía ser comprensiva, pero llevaba un deje inconfundible de remordimiento por haber propiciado (así fuera sin querer) la situación, añadió por lo bajo, en ese tono suave y femenino que la caracterizaba. —Ojalá lo hagas, Yuki. Cuenta conmigo si alguna vez quieres acercarte al Señor...