— Eso veo, eso veo —respondió ante la amargura de la Diosa de la Muerte. Cuando al fin quedó conforme con el nudo de su corbata, reparó en ciertos detalles de su saco raído y remendado—. Tantos años encerrada, perdiste el juicio, lo comprendo —hablaba con suavidad, como si estuviera teniendo una charla casual con su pareja en el baño, mientras uno meaba y el otro se lavaba los dientes.

Al cabo de unos segundos, giró el cuerpo hacia el de la mayor, luego de que esta pasara por su lado.

— Lo comprendo —reiteró con voz comprensiva, hasta la sonrisa encantadora volvió a su rostro—, pasé un tiempo encerrado (larga historia, hermanita), si eso me afectó, se me antoja razonable que tengas tantos problemas. Ven acá —la llamó, estirando ambos brazos hacia ella. No le tenía miedo a nada si estaba por hacer lo siguiente...