— ¿A qué viniste? —omitió ese pequeño atisbo de insinuación, pues supo leerlo más que en sus palabras, en su tono de voz, ese que le causaba cosquillas cuando se hallaba con la guardia baja.
Había tenido la buena fortuna de hallar una posada en el camino, no era ostentosa, siquiera del todo cómoda, pero un buen baño le había sido otorgado, así como ropas más ligeras que la armadura. Podía lucir ahora el dorado de sus hebras y la fiereza de sus facciones sin mugre de por medio; resaltando en especial el intenso azul de sus ojos.