Si no fuese porque debía comportarse como todo un caballero, lo más seguro es que le habría dado un buen golpe en el brazo. No debía ser adivino para saber lo que significaba esa mirada.

— Iré en seguida, mi princesa. Antes, debo revisar que no haya nada que nos amenace. —Suspiró, como si le doliera en el alma no poder dedicarle todo el tiempo que la rubia necesitaba. Pero si era honesto consigo mismo, haría todo el tiempo posible hasta que ella se durmiera y fuese seguro ir a sus aposentos(?).

Antes de darse la vuelta y marcharse, le dedicó una sutil sonrisa y mirada que decían «Te la creíste, pendejo(?)», y se fue.