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— ¡M-mi marfil! — un sudor recorrió su sien al escuchar el reconocido sonido, casi le hacía rechinar el cráneo de la impresión que le generaba. Al voltearse le gruñó en alto, con los puños junto a sus caderas, estaba encaprichadísima con su dealer.
— ¡Sí!. Dámelo, ¡Es todo mío!.
— ¡Sí!. Dámelo, ¡Es todo mío!.
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