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Su razón era bastante simple, sin adornos: aquella tarde había recibido de él aquellas mismas palabras que profesaban su amor, y a pesar de haber respondido a su sentir en aquel momento, no había podido expresar con la devoción apropiada el alcance real de todo su cariño.

Fue por eso que saltó a sus brazos. Fue por eso que exclamó a viva voz -una y otra vez- cuánto lo amaba.

Sabía que me atraparías —la confianza en él no conocía de frenos. Se fundió en su abrazo, en su cuerpo, con toda naturalidad y fervor—. No quiero soltarte aún... —su voz se tiñó de la dulzura de siempre al murmurar aquello.
 
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