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El toque de su dedo se deslizó por sus labios como una brisa; de un roce cálido y suave.
Aún conociendo el sentir de su corazón, aquella había sido una confesión de súbito para la sacerdotisa que, por un instante, permaneció boquiabierta, con la mirada inocente y descolocada, atestada de sorpresa.

Y mi único deseo... —sus propios latidos se sintieron desbocados contra su pecho cuando la mano que se encontraba muy cerca del rostro de su amado hanyō descendió hasta hallar su sitio allí, sobre su pecho, como si quisiera atesorar su corazón— es permanecer a tu lado, InuYasha...

 
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