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Tuvo que parpadear más de una vez cuando notó a la pequeña a su lado, incluso sintió la necesidad de frotarse el puño derecho contra el ojo. Quizás estaba lo bastante ebrio ya que comenzaba a alucinar. ¿Cómo había logrado ingresar una niña en la taberna? Suspiró, regresó la mirada al frente, como si pretendiera aferrarse a la idea de que era un error, casi una alucinación de la quinta copa. Sin embargo, terminó palpándose los bolsillos en busca de dinero.— ¿Cuánto es lo que cuestan, pequeña? A todo esto... —Volvió a mirarla, no sin antes observar a su alrededor intentando buscar al responsable de esa intromisión.— ¿Dónde están tus padres? Este no es un sitio donde los niños puedan vagar libremente, es un sitio peligroso para ti. ¿Por qué no pruebas venderlas afuera? Allá pueden supervisar tu seguridad. En fin, dame tres de esas flores, se ven bonitas para adornar mi escritorio.
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