- Habían pasado unas dos semanas, desde que el joven Huo se apartó del imperio que gobernaba el emperador Meiren, viviendo en el bosque junto a sus compañeros de viaje. El pelirrojo, a pesar de que estaba muy dolido y molesto con el emperador, no dejaba de pensar en él de vez en cuando. Sin embargo, al recordar de que, al parecer, Meiren ya tenía a alguien en especial, se veia obligado a ignorar esos pensamientos, deseando que Meiren fuera feliz al menos. Una tarde, Huo fue hasta el lago a bañarse, aprovechando que sus amigos fueron de compras a una aldea cercana. Y Huo meditaba en silencio.
Huo reia por lo bajo ante las órdenes que Meiren le indicaba, estando aún de espaldas al menor, sacudiendo sus alas emplumadas, para secarlas y hacerlas desaparecer.
Sin embargo, se dio la vuelta para verle y se sonrojó levemente, ya que en esa postura y con los rayos del Sol iluminando el cuerpo del joven emperador, le daba un aspecto divino, casi angelical y hermoso. Pero, no quiso irrespetar al emperador, manteniendo sus palabras para sí.
- ¿Cómo descubriste este lago? - Le preguntó Huo, en un intento de cambiar el tema y así, pensar en otra cosa y no en la belleza de Meiren.
