—Miró el papelillo con curiosidad y contuvo el impulso de arrugarlo entre su puño y arrojárselo al atlantiano a la cara. Se levantó del piso y se sacudió las nalgas.— ¿Cómo sabes que esto me llevará a casa? —Suspiró y dobló el papel, guardándolo dentro de una de las copas de su sostén, haciéndole un gesto de agradecimiento con la mano al darle la espalda y seguir su camino, mostrándole el dedo medio mientras se marchaba.— Entre más tienen estos ricos, son más tacaños. Por lo menos me hubiera convertido en una sirena, así no tendría que caminar tanto.