No tenía ni la menor idea de quién era o qué quería, pero algo tenía claro, salvar la vida del otro, no por caridad, mucho menos por solidaridad, pero no le convenía para nada ser torturado solo por el demente.

— ¡En nombre de Dios, te demando que lo sueltes! ¿Símbolo? ¿Qué símbolo? La iglesia está llena de ellos y cada uno representa la sagrada común unión del padre celestial con el hombre, su hijo. Aquí no tienes nada que estar haciendo. —

Señaló la entrada del templo, su mirada estaba decidida, bastante asustada, pero seguía insistiendo en empujarlo y quizás así desestabilizarlo para correr dentro de la arquitectura consagrada en fé.

— Dentro de este sagrado lugar hay guardias custodiando y no te conviene enfrentarlos, es hora de que dejes las cosas así, prometo excusarte con Dios por lo que estás haciendo ahora, pero es mejor que te vayas de una vez por todas. —