Él era un joven atractivo. Rondaba los veintes, aunque aparentaba más edad. Caótico, impulsivo, y con un hambre de progreso tan inmensa que no pudo haber terminado en otro lugar más que en la mafia. Así era uno de los portadores del cuerpo de Alastor, pero aún no averiguaba qué parte había reencarnado en él. Debía ser una grande, el joven apestaba a ese ser maldito, y también olía un poco a su madre. Tan sólo se había podido acercar lo suficiente para poder pasarle un índice por el dorso de la mano, y con ello que su espíritu de rastreo pudiese localizarlo en tiempo real. Pronto se percató...
de lo difícil que iba a ser lidiar con su existencia, pues el chico había decidido convertirse en transportista de narcóticos. El primer día Dilay estalló en carcajadas al ver el puntito que lo representaba moverse incansablemente por todas partes.
Y eso iba a ser un problema. Alastor buscaba renacer, fusionarse con sus pedazos repartidos en otros seres, y aunque tenía la mayoría de ellos identificados, aún había algunos que podrían salirse de control. Estaba en la ignorancia de qué podría sucederle a los seres vivos con esa carne, ¿Morirían? ¿El pedazo tan sólo saldría de ellos?
Pero más importante... ¿Influía el poder de Alastor en ellos? ¿Sería el chico menos alocado sin ese ser habitando en él?
