La sonrisa en el rostro de la pequeña Dominique era deslumbrante, apreciaba bastante lo que el moreno hacía por ella. Desde acceder a jugar sin rechistar, correr, cargarle y hasta permitirle refugiarse en él cuando dormían. Ella pedía una y otra vez volver a dicho lugar solo para poder pasar tiempo con Noé y Louis. ¿Por qué no podía quedarse por siempre?
Aún si preguntaba, nadie decía nada y su abuelo solo le alentaba con volver allá con ellos por tiempo limitado. Tiempo que aprovechaba cada semana. — ¡Listo! — Exclamó, dulce y con voz orgullosa. — Te ves esplendido, ¡De verdad que sí! ¿Me crees?—