Sus mejillas adquirieron un tono rojizo apenas visible. Alux no era abierto con sus emociones, siempre prefirió guardarlas a sí mismo. Su confesión hizo que el corazón de Dóitéan se acelerase.

— Entonces no duermas. Mírame un buen rato. Miremonos. Hasta que no aguantemos y se junten nuestros labios.