— El premio fue bañar mi espada en su sangre, Astartea. Es uno que solía llevar a cabo de modo bastante seguido, y ahora... Lo hago por razones propias. — Dijo el hombre mientras alzaba su mentón, posando sus ojos carmín en los de ella, acotando por entre sus labios mientras le veía irse. — ¡Recuerda! Las puertas aún continúan abiertas . . . Sobre todo si deseas vengarte de esos dos que nos dañaron y engañaron, mi camino no se detendrá, pero mi resentimiento hacia ti ha mermado. — Y por ende le dejó partir si eso deseaba.