Aquél yacía envuelto en sus distraídos pensamientos, de una mente que pese a los escollos y los bretes, parecía no conocer el cansancio. Empero, sonrió al oír la dulce voz que le liberó de ellos, suave y de inocente temple, porque sabía que se trataba de uno de los hijos, Ívar. Dedicándole un enternecido mirar, levantando ambas manos aguerridas hasta los pómulos de su hijo, sujetándole un poco tosco pero sin causarle daño alguno, observando el costado diestro de su majo rostro; luego el siniestro mientras le examinaba. —Eres un chico guapo ¿Por qué querrías una barba como tu feo padre? ¿Umh?—perfiló su sonrisa ladina; tan habitual en aquél rey. Doblando sus lozanas rodillas hasta hallarse a su altura—, Disfruta de tu niñez, no tengas prisas por crecer. Serás alto y hermoso, como tus hermanos.